SIEMPRE DESEAR, NUNCA CREAR, por Lauti Cecchini


 La imagen es de @albalencioni (en Instargam)



-¡No me vienen las ideas!
Ah, la famosa escena. Así es como, gracias a las películas, pensábamos que era la vida de quien escribe: la espalda encorvada, el sinfín de bolas de papel (¡Qué desperdicio!) dentro y fuera del basurero y algún que otro lápiz partido al medio. Sin embargo, ella no estaba consciente de ello. Y mejor así, no queremos que crezca la densa nube de frustración que inunda pesadamente el aire de la pequeña habitación de casa de familia.
Ella limitábase (así hablaba ella, cosa que según sus creencias, le concedería la condición de intelectual y todos los beneficios que esto implica) a imaginar. Oh, ¡Qué claro que tenía ya el cómo se vería su lugar especial, su santuario del pensar! Pero claro, esto sería el día que su familia le haga el enorme favor de permitirle irse a vivir sola, así que para matar la espera, planificaba una y otra vez cómo acomodaría su habitación ideal, su lugar en el mundo: Camino a la puerta habría una alfombra lo más similar al césped que se pueda, por donde caminaría descalza para estimular sus pies, que son para ella el núcleo de toda creatividad; Durante el día la única fuente de luz sería el Sol, y por la noche, lo serían unas pocas velas gordas que regarían su resplandor amarillo desde puntos estratégicos. Tampoco planeaba privarse de excentricidades, habría un gran prisma guardado en el armario que sacaría cuando quisiera descomponer toda luz que ingresase en el cuarto para inspirarse en los colores; Tendría sobre el escritorio una cajita repleta de sahumerios que consumiría y renovaría constantemente en el siguiente orden: vainilla, cedro, lavanda, chocolate, lavanda, vainilla, chocolate, vainilla y desde el principio. Por último, las herramientas de las que se serviría para anotar, producir y aprender de la manera más eficiente y satisfactoria posible, sin dejar escapar un solo pensamiento fugaz, llenarían todos los espacios restantes del cuarto: librerías, cajones, portezuelas, estantes, cajas y tal vez aún baúl con el único fin de capturar el conocimiento en cualquiera de sus formas posibles.



Cinco años más tarde, el santuario del pensar habíase (sí, aún continuaba hablando así) hecho realidad: Camino a la puerta había una alfombra lo más similar al césped que se podía, sobre la que ella caminaba después de descalzarse para estimular sus pies; ya impregnada de creatividad, al abrir la puerta el resplandor amarillo de las pocas velas gordas que había entibiaba su espíritu. El prisma gigantesco descansaba en el armario hasta la mañana siguiente, pues planeaba descomponer cuanta luz llegara desde el astro rey. Después de aclimatarse, encendió el sahumerio de vainilla y pegó con cinta a la cajita la lista: « vainilla, cedro, lavanda, chocolate, lavanda, vainilla, chocolate, vainilla…» Librerías, cajones, portezuelas, estantes, cajas y un gran baúl aguardaban llenos de una infinidad de materiales utilísimos para cualquier tarea que se quisiera desempeñar.



-¡No me vienen las ideas!

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