DUEÑA DEL MAR (PRIMERA PARTE), por Nenucha Villegas

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Dos años atrás, una de mis amigas se acercó hasta mi casa para proponerme un viaje al Caribe. El destino era Colombia pues, en ese momento era lo más económico para gozar de aguas calientes.

Iríamos, Inés, Alicia y yo; me tomó de sorpresa y con poca plata, lo que hacía difícil la posibilidad del viaje.

Ella tenía muy buen pasar y me ofreció una de sus tarjetas de crédito, es así que accedí a ese paquete que incluía pasajes, comidas, café, tragos a cualquier hora, pizzas en la playa y los manjares más exquisitos que se sirven en la cadena de hoteles De Cameron. Era una lujuria gastronómica a la que nos sumergiríamos con gula exacerbada.

Los lugares a visitar eran Santa Marta, la isla de San Andrés y Cartagena de Indias.

Las tres éramos amigas desde hacía treinta años, habíamos cursado la secundaria juntas y nunca dejamos de vernos, para mí eran las hermanas que nunca tuve, y este viaje con ellas me producía una inconmensurable alquimia de placer, ansiedad y expectativas.

El quince de abril al anochecer, nos encontramos en Ezeiza, ellas iban con sus maridos y a mí me acompañaba Victor, mi hermano.

Besos, abrazos, lágrimas, risas, recomendaciones y ¡a embarcar!

El trayecto a Bogotá fue tranquilo, con esto quiero decir que el avión no se movió, cenamos y luego dormimos hasta minutos antes de aterrizar.

En esa capital tuvimos que esperar tres horas para partir a Santa Marta, y alquilamos una combi para hacer un recorrido rápido.

En el asiento de atrás iba Inés con una fiebre que volaba, y yo como estaba preocupada por su estado, no me pude concentrar en los pantallazos de la capital que tenía ante mis ojos. Volvimos al aeropuerto y embarcamos a Santa Marta. El viaje fue corto, entre charla y comentarios, aterrizamos. Cuando se abrió la puerta y comenzamos a bajar las escaleras, nos invadió un viento caliente semejante al más terrible zonda de Mendoza o San  Juan.

¡Qué calor! Nos subimos a un micro que nos llevaría al hotel. Allí nos recibieron tres negros altos, fornidos y extremadamente bellos. Para darnos la bienvenida nos colocaron unas guirnaldas de flores en el cuello, y yo con una sonrisa y como al pasar le toqué el brazo a uno de ellos para agradecer la gentileza y pensé que sin lugar a dudas, este negro era lo más lindo que había visto desde mi arribo a Colombia.

Así comenzaron nuestras vacaciones.

El Hotel era cuatro estrellas, aire acondicionado en los cuartos, camas muy cómodas, agradables decorados y un balcón donde entregábamos nuestras miradas extasiadas a la inmensidad del océano. Tenía tres restaurantes, uno de los cuales era al aire libre. Abajo, una piscina donde se realizaban distintas actividades: gimnasia, carreras y juegos. Nosotras preferíamos la playa; ¡Qué placer gozar ese mar caliente!, nos parecía mentira sumergir todo el cuerpo y estar retozando horas y horas mirándonos las piernas y los brazos en esa transparencia, y entre risas nos acordábamos de Chile donde poner un pie en el agua es quedar anestesiada.

Hasta el momento Santa Marta era un hotel en medio de la nada, no había edificios, casas y ni una sola calle con negocios, sólo de noche shows con bailes folclóricos. Nuestro día lo vivíamos de esta manera: nos levantábamos a las siete de la mañana, hora en que el sol ya rajaba la tierra, y nos íbamos a desayunar, en el lugar había distribuidos ocho mesones de aproximadamente tres metros cada uno y detrás de ellos negras y negros sirviendo los más variados alimentos: frutas, omelette, salchichas, tortas, jugos, yogur, panqueques y cereales, yo los recorría a todos pero no para servirme sino para deleitarme con los centros de mesa armados con flores y frutas del lugar que eran verdaderas obras de arte, pero sólo terminaba con un clásico café con leche y medialunas. Mis amigas probaban de todo, así que ellas comían waffles y yo fumaba. Una vez terminado el desayuno bajábamos a la playa, buscábamos una sombrilla de esas tan características con techos de paja que hay en todo el Caribe. Nos acomodábamos en las tumbonas y entre charla y charla se hacían las once, hora en que el alucinante mozo negro se paraba bajo una palmera para que los pasajeros le pidieran su trago preferido. Nosotras elegíamos piña colada servida en cocos, nos sentíamos estrellas de cine, pero a la tercera o cuarta, se nos trababa la lengua y ya no éramos estrellas, éramos tres locas estrelladas en la arena. El mozo nos dijo que tuviéramos cuidado porque pasaba rica y dulzona, pero después de la cuarta nos íbamos a descomponer y eso fue lo que nos pasó. No cuento los detalles porque realmente fue desagradable, desagradable,  DE…SA…GRA…DA...BLE.

A partir de ahí, nos moderamos y sólo nos tomamos dos por mañana.

Por la playa caminaban negros y negras ofreciendo los más variados objetos, pareos, vestidos, collares, sombreros, pulseras y anillos, pero lo más sorprendente eran las negras llevando sobre sus cabezas canastos con frutas, parecían que se los había pegado con Poxipol, pues no se les movían . Era un ir y venir de vendedores ambulantes, pero no sólo fueron ellos, de repente hicieron su aparición los servicios:

Trencitas.

Masajes.

De más está decir que las tres nos llenamos la cabeza de trencitas, y yo fui la única que contrató un  negro para los masajes relajantes.

Me acosté en una tumbona boca abajo, el negro se arrodilló, me puso crema en los brazos, las piernas y la espalda y comenzó su delicioso trabajo; mis amigas fumaban y miraban de reojo mientras yo era transportada a otro mundo. Cada vez que sus dedos presionaban mi piel, mis pensamientos eran más lujuriosos, gracias a Dios estaba rodeada de gente, pues si hubiese estado sola el negro se habría desplomado en la tumbona y yo habría cabalgado sobre su estampa azabache.

Y así pasaban los días en Santa Marta, comida, piña colada, masajes, playa y show.

Una tarde, estábamos  aburridas y se nos ocurrió preguntarle a un empleado del hotel dónde quedaba la ciudad, nos explicó y allá partimos en un ómnibus semidestrozado. El viaje duró media hora y cuando llegamos… ¡Oh sorpresa! En la ciudad se asentaban vendedores ambulantes, nos hablaban en inglés para ofrecernos sus artículos, por rubias nos confundían con yanquis. En el Caribe, casi todos hablan un inglés elemental, cuando contestábamos en español se reían.

Tomamos un taxi para recorrer la ciudad. El chofer, de maravillas, nos mostró en poco tiempo sus características y nos relató una interesante pero escueta reseña de su historia. Santa Marta, capital del departamento de Magdalena en la región del Caribe, fue fundada en 1525 por Rodrigo de Bastidas, es la más antigua existente en Colombia y la segunda en Sudamérica, se hace atractiva para visitar la variedad de fauna y flora que hay en la zona, además de los sitios culturales históricos que posee. Como un hecho importante Simón Bolívar falleció en una hacienda de nombre Quinta de San Pedro Alejandrino.

Al igual que Cartagena fue blanco de piratas o filibusteros que en los siglos XVI y XVII las saquearon varias veces. Su economía se basa en el turismo, el comercio, la actividad portuaria y la pesca.

Alicia le pegó un codazo a Inés y le susurró:

− Este no parece chofer, ¿No será profesor de historia?

El hombre continuó; el puerto que tenemos es de gran importancia para el país, su ubicación posee un calado natural que beneficia el trasbordo y el abordaje de los barcos, además es el más profundo del continente americano y uno de los más seguros del mundo. También tenemos un aeropuerto que se llama Simón Bolívar, queda a solo dieciséis kilómetros de aquí.

 Ahora las llevaré a ver la estatua de Bolívar y luego pasaremos por las fachadas de las cinco universidades sumando las públicas y privadas.

Les cuento que tenemos varias manifestaciones culturales como la fiesta de San Agatón que es el inicio del carnaval, la fiesta del mar y la celebración de la virgen del Carmen.

Con entusiasmo agrego: miren esta zona, quedan escasas edificaciones coloniales, la mayoría de ellas son del periodo republicano, otras han sido reemplazadas por edificaciones modernas. Se destaca la catedral con un sentido arquitectónico que la hace única a nivel latinoamericano y en su interior aún reposan los restos de Rodrigo de Bastidas, su fundador.

Alicia no pudo más con su genio y le preguntó...

- ¿Decime nene, siempre has sido chofer?

− No señora, lo hago para pagar la universidad...

− Ah, me parecía porque en Buenos Aires un chofer lo único que te puede hablar es de fútbol.

El amoroso cicerone sonrió levemente.

− ¿Nos dejaría en la plaza para tomar el bus al hotel?

− Con gusto señoras, espero que la hayan pasado bien.

−Por supuesto  −respondió Inés−  sos un divino.

Nos paramos en la plaza a esperar el transfer que nos devolvería al hotel. Llegamos a las ocho de la noche, nos duchamos y bajamos a los jardines donde no parábamos de reírnos de las estupideces que hacían canadienses, italianos y japoneses, pues a esa hora ya estaban todos borrachísimos a causa de la canilla libre que ofrecía el hotel.

Los únicos sobrios eran los negros de la consejería.

¡Qué negros, qué musculatura!, ¡Qué atentos!... ¡Qué… Qué… Qué...!

Pasó la semana y embarcamos a San Andrés, lugar muy pintoresco en el cual gozamos a morir, no sólo era la playa lo que nos deleitaba, allí había una ciudad con negocios, lugares históricos, paisajes maravillosos y también ¡PIÑA COLADA!

Los nativos se entendían con un dialecto rarísimo, mezcla de inglés y francés, resabio de añejos conquistadores, también hablaban en español es decir, se manejaban con varias lenguas.

Lo estábamos pasando muy bien hasta que un día, estando en la playa, mis dos amigas mantuvieron una charla que me dejó extenuada, cansada, casi loca, hubiera querido que un tsunami las hubiera arrastrado al medio del océano, en ese entorno paradisíaco tocaron el tema de sus maridos.

¡Por qué joder con sus cónyuges que estaban a miles de kilómetros! ¿Por qué joder?

Les cuento cómo se desarrolló la conversación de estas trastornadas.

− ¿En qué pensás Alicia?  −preguntó Inés

− ¡Qué sé yo! Creo que estoy entrando en una etapa de depresión, estoy tan cansada, tan desilusionada de la vida que llevo.

− ¿Qué te obsesiona?

− Mi marido, me siento prisionera a su lado, llevo treinta años de casada  esperando un cambio que nunca sucede.

− Ni va a suceder linda, porque los tipos no cambian, empeoran, la andropausia les agudiza los defectos, si eran tímidos se vuelven ermitaños, si volvían tarde después del trabajo ahora pueden llegar al día siguiente, si antes te controlaban las salidas, ahora se convierten en carceleros, y por el contrario, si te daban alas para volar y hacer lo que te diera la gana, ahora después de treinta años ni te dirigen la palabra.

− Sabés, yo siempre envidié tu situación, sos tan libre, entrás o salís a cualquier hora y te realizás en la vida como te place.

− Mirá, vos me envidiás a mí y yo te envidio a vos! tener un marido que está pendiente de vos, que te acompaña al médico, a la feria, que cuando llega de trabajar te prepara un traguito para tomar en el jardín.

−Sí, y que te llama treinta veces al celular, que estando en cualquier lugar  tenés que salir rajando porque no le gusta llegar a casa y no encontrarte. ¡Dejáme de joder!

− Vos te quejás de llena, a mi ver un tipo como tu marido me emociona, será que el mío nunca me acompañó ni al médico, ni a la feria, y si me quiero tomar un trago lo tengo que hacer sola mirando las estrellas −agregó Inés.

− Te cuento algo confidencial, vos sabés que a mi marido lo operaron del corazón- dijo Alicia

_ Sí.

− Resulta que a todos los operados, no sé por qué motivo, no se lo pregunté al cardiólogo, se quedan con el cuerpo frío para siempre, ya me lo habían comentado unas amigas a las que les había pasado lo mismo, entonces él duerme con camiseta, pulóver, sobretodo, se tapa con un acolchado de piel y aparte enciende una estufa de cinco mil calorías al máximo, es un infierno porque yo con los calorones de la menopausia me da la impresión de que voy a estallar, me tapo y me destapo toda la noche. Le propuse que durmiéramos en camas separadas pero no quiso por nada del mundo, así que estaré por el resto de nuestras vidas en la maldita cama de dos plazas, él, muerto de frío y yo calcinada, decime… ¿hay derecho?

− La verdad, a esta altura de la vida las cosas se podrían arreglar de otra manera, qué sé yo, por ejemplo ubicar la estufa al lado de él y en tu mesa de luz un ventilador y un tubo de oxígeno. Ahora, lo que yo veo es un romanticismo total, no quiere alejarse de tu lado, será que a mí me pasa todo lo contrario, una noche me dio un calambre y empecé a gritar como loca, por supuesto que él se despertó y el muy guacho me dijo me voy a dormir al otro cuarto así los dos estamos más tranquilos.

− Vos sabés que para poder dormir tomo Alplax, el psicólogo me dijo que el insomnio es producto de tener problemas sin resolver, bueno, a las siete de la mañana antes de irse a trabajar, me despierta con el desayuno, cómo lo odio en esos momentos, me interrumpe el sueño y ya me tengo que levantar, y para mis adentros pienso por qué no se meterá el jugo de naranja y el café con leche en el portafolio.

 Si a mí me pasara algo así, de la sorpresa moriría de un infarto- siguió el ping pong Inés- porque lo que es el mío se despierta y sale de la casa en puntas de pie para no tener que saludarme, cuando me despierto ya no está, me pongo el equipo de tenis y me voy al club, ninguno de los dos volvemos a almorzar, así que pasan días y días que no nos hablamos, Alicia me parece que vos no sabes valorar al hombre que tenés a tu lado, un verdadero compañero. Hace aproximadamente dos meses atrás, a eso de las tres de la mañana, me dio una descompostura terrible, le pedí que me llevara al hospital y me contestó que  estaba agotado, que me tomara un taxi y que me llamaría para ver como seguía. Es un loco...no... ¡Es un hijo de puta!

− ¡Alicia preferiría tu situación y no tener que soportar la presión de su eterna presencia, y para que entiendas lo que es mi vida, te cuento mis últimas vacaciones, no sabes el martirio que viví.

Partimos en carpa a Santa Teresita, mi suegra, mi suegro, mis dos cuñados con sus esposas, mis cinco hijos, mis diez sobrinos y dos perros. Yo soy la encargada de las compras, pues mis cuñadas trabajan y eso las exime de cualquier trámite organizativo. Yo soy la encargada que va al mayorista a comprar cinco hormas de queso, cuarenta latas de tomate, diez paquetes de arroz, quince de fideos, etc., etc., etc… Una semana antes de la partida acomodo en el garaje los colchones inflables, las garrafas, los bidones de aceite y todo lo necesario para vivir quince días en la playa.

Mis dos cuñadas son unas turras y la que labura como loca soy yo, no dejo de lavar los platos, cebarle mate a mis suegros, sacudir arenas de los colchones, abrir y cerrar banquitos plegables y lavar ropa, todo esto acontece mientras los hombres y niños juegan a la pelota en la playa, cuando termino de preparar el almuerzo me pongo la malla y con lágrimas en los ojos camino hasta la orilla del mar y paso a paso voy declamando:

¡Puta arena!

¡Putas olas!

¡Puta agua!

¡Puta sal!

¡Puta carpa!

¡Putas vacaciones!

¡Puto matrimonio!

− ¡Vos no sabés lo que estás diciendo! ¡Cómo te envidio! Yo moriría por vacacionar en familia, nunca en treinta años lo hice, siempre fue en hotel cinco estrellas, con sauna, gimnasio, pileta climatizada, pero más aburrido que la concha de la lora, él no se da con nadie así que hacernos de amigos ni hablar, se acomoda en una reposera que encuentra en la terraza del hotel y se compenetra en uno de los cuarenta libros que llevó (seguido) sólo levanta la vista cuando pasa el culo de una veinteañera con terrible tanga, luego vuelve a su lectura.

Yo me acuesto a tomar sol y de vez en cuando le pido al mozo que me alcance una margarita o un gin tonic o un pisco, cuando llega la hora del almuerzo, como y me acuesto a dormir la siesta que se hace larga a causa del alcohol ingerido durante la mañana, cuando me despierto ya es la hora de la cena, es la puta hora de escuchar los proyectos que tiene para el año que viene, otros tragos post cena y se terminó el día.

¡Esas sí que son vacaciones de mierda!

− ¡Cómo me gustaría pasar mis vacaciones en un hotel cinco estrellas!

−Decime Alicia ¿En la cama qué pasa? ¿Cómo se llevan? ¿Hay feeling?

La repuesta no se hizo esperar

Yo ya te conté que él siempre está con frío, el amor lo hacemos siempre de la misma manera, acurrucados, cucharita, todo rapidito, rapidito, algunas veces está más excitado y es entonces que se arma tal zafarrancho que ni sé que tengo entre las piernas si la punta del sobretodo o la camiseta arrugada o alguna parte del acolchado de piel, lo abrazo, finjo unos orgasmos, y a otra cosa.

− ¡Para mí es un martirio, yo caigo a la cama desintegrada, imagínate, todos los días una hora de bicicleta, quinientos abdominales, dos horas de aparato y un partido de tenis, por más que tome cinco litros de Gatorade mis energías se acaban! Hay veces que al señor se le da por visitar mi cuarto a las tres de la mañana, se recuesta a mi lado y me empieza a molestar, me pasa la mano por la espalda, me acaricia las piernas y por supuesto ¡me despierta!, eso no es nada, porque a mí no me hace cucharita, yo tengo que estar dispuesta a practicar por lo menos diez posiciones del kamasutra y eso equivale a estar despierta hasta las cuatro de la madrugada.

Es un desconsiderado.

Un egocéntrico.

Un maldito.

−Eso lo hace por amor− Opinó Alicia

− ¡Amor,… las pelotas! Esto es continuar un camino que comenzó hace treinta años y que ahora se ha convertido, en resignación, aguante, porque mirá que las mujeres aguantamos.

Aguantamos…

Aguantamos…

Aguantamos…

−Somos realmente heroicas y la verdad es que siempre tenemos la razón, trabajamos, criamos hijos, cocinamos, limpiamos, decoramos la casa y nos bancamos los cuernos, por todo esto hay veces que me pregunto:

 ¿De qué nos sirve ser tan perfectas?

¿Con qué nos pagan?

¿Con qué nos reconocen el sacrificio que hacemos al lado de ellos?  Soportando, en mi caso, el abandono y en el tuyo el acoso y la falta de libertad. No le perdono a Dios que nos haya puesto en nuestros caminos a estos bastardos para compartir la vida. ¡Cómo se equivocó Dios! ¡Cómo se equivocó!

Cuando creó al hombre se mando un gran desatino.

− No te alteres Inés, si no estuvieran ellos no podríamos tener hijos.

− Ahí está la cosa, si Dios hubiera tenido un poco de imaginación, nos tendría que haber hecho hermafroditas y así no existirían:

Ni los problemas.

Ni las angustias.

Ni el hastío.

Ni los cuernos.

Ni el kamasutra.

Les interrumpí la conversación con un  grito.

− ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! Ya no aguanto más tanta estupidez, estamos acá para pasarla bien, para divertirnos, pero esta conversación parece una sesión de terapia, hablar de sus maridos justo acá.

¡Son unas imbéciles! Ellos ni se acordarán de ustedes. ¡Me han sacado de quicio!

Yo me voy a tomar una piña colada si ustedes quieren seguir con el tema, ¡háganlo!

Me puse el pareo y me retiré, quería despejar mi mente; en la mitad del camino me apoyé en la palmera que ocupa el negro que sirve los tragos y les grité:

¡Cornudas!

¡Reprimidas!

¡Existe el divorcio!

El mozo sorprendido me ofreció unos masajes relajantes, no dudé ni un instante en acceder, eso sí, le pedí que no fuera en la playa, que lo esperaba en mi cuarto y que no se olvidara de llevarme la piña colada con una medida extra de ron.

Partimos a Cartagena, era el último tramo de nuestra estadía. Las locas ya se habían calmado y no nombraron más a los maridos. Fuimos a la dirección de turismo donde nos indicaron las múltiples opciones que teníamos para vivir los últimos cinco días. Era casi imposible conocer todo en tan poco tiempo. Nos sentamos en un café para decidir los itinerarios. Hacía calor, mucho calor pero la calidez y el buen gusto del lugar mitigaba la inclemencia del tiempo, mesa redonda de hierro pintada de blanco y sillones combinados con almohadones verdes que jugaban con el mismo tono de las plantas que nos rodeaban. En el medio de la mesa una sombrilla bicolor beige y terracota nos protegía del solazo caribeño. Las dejé decidir a ellas, pues mi mente maquinaba la vuelta a esa maravilla del mundo, sola y por mucho tiempo. Estuvimos de acuerdo y pagamos cuatro excursiones, iríamos a la Isla del Rosario, visitaríamos el Palacio de la Inquisición, el Museo del Oro, el Jardín botánico y haríamos una caminata por la ciudad vieja. Al día siguiente iniciamos el recorrido a pie por el corralito de piedra, me emocioné hasta las lágrimas al compenetrarme con el pasado de Cartagena de Indias, admiré sus murallas, fuertes, baluarte, calles, plazas e iglesias, el guía se ocupó durante tres horas de hipnotizarnos con leyendas e historias de la ciudad vieja.

Cuando faltaba una hora para terminar la excursión, Inés me susurró al oído que ella y Alicia me iban a dejar pues tenían que recorrer varias joyerías para comprarse anillos de esmeralda, les sonreí y quedamos en juntarnos para cenar. Yo seguí caminando, mi piel erizada, mis ojos cristalinos y mi corazón desbordado seguía acariciando esas estrechas callecitas, esas casas con sus balcones coloniales, sentí que tenía que volver para penetrar en sus entrañas, embriagarme con su perfume y conocer a fondo su gente.

 Y así pasaron los quince días, se habían terminado nuestras vacaciones y un transfer nos esperaba en la puerta del hotel para acercarnos al aeropuerto. Una negra  luciendo dientes blancos, voz cálida y con micrófono en mano nos despidió diciendo: Espero que lo hayan pasado chévere, quiero volver a verlos pues Cartagena está siempre con los brazos abiertos para recibirlos con todo el amor que solamente esta ciudad hace sentir en el corazón y la piel. Terminó su discurso con un ¡Feliz viaje y hasta siempre! Todos los turistas les respondimos con un acalorado aplauso.

Embarcamos a Buenos Aires y en el avión devoramos todo, sándwich, bocaditos, cena, whiskies, Coca Cola y masitas, a las dos horas de vuelo se prendieron las luces y otra vez.

Comida…

Comida...

Comida...

Yo había tomado una pastilla para dormir plácidamente todo el viaje, mis amigas me despertaron cuando el avión estaba por aterrizar, me acomodé el pelo, me pinté los labios y miré por la ventana a Buenos Aires, ahí fue cuando se me pasó por la cabeza la palabra rutina.

Sí, sí… ahora, la rutina.

 

 

 

 

 

 

Vivo sola en un departamento en Callao y Santa Fe, me divorcié hace cinco años, es decir me liberé hace cinco años, no tuve hijos, no me cuidaba y no quedé embarazada. Como las relaciones con mi marido eran cada vez más conflictivas no se me ocurrió hacer ningún tipo de tratamiento, por otro lado no sentía la necesidad de ser madre.

Gracias a que mis padres fueron súper exigentes, logré recibirme de Lic. en Administración de empresas, no trabajo en relación de dependencia. Mi papá y mi hermano me prestaron capital y puse un negocio de ropa de trabajo.A veces va muy bien y otras no tanto. Cuando partí de vacaciones dejé todo a cargo de mi cuñada, cuando llegué me entregó las llaves del local y me dijo:

− ¡Te compadezco querida!

Tomamos un café en el bar de la esquina y me puse al tanto de lo sucedido en mi ausencia.

Antes de encontrarme con ella ya había guardado toda la ropa de verano, miré el placard y temblé ante la realidad de insertarme nuevamente en el invierno, otra vez a usar medias, pulóveres y tapados para volver a trabajar, para volver a lo mismo de siempre. Todo seguía igualito, trajinar con las costureras, correr al banco a cubrir un cheque, subir a un taxi e ir a buscar tela color verde manzana porque un cliente inauguraba un pub y quería los delantales de ese color, llamar al vidrierista, pues hacía veinte días que no se cambiaba, sentarme a tomar un cortado en la confitería de enfrente y hablar por celular con Inés y Alicia. A las diecinueve bajar la cortina metálica e irme a casa.

 Hacía mucho tiempo que visitaba al terapeuta pues a pesar de no querer tener marido, la soledad que siento al abrir la puerta del departamento me hiela la sangre, prendo el televisor para sentir voces, como algo, me ducho y cuando pongo la cabeza en la almohada mis pensamientos se agitan y me digo:

¡Cartagena, Cartagena! ¿Cuándo te volveré a ver?

Y va trascurriendo la vida.

Hoy viví igual que ayer.

Mañana viviré igual a hoy y los restantes días del mes los viviré de la misma manera.

Me doy cuenta de que para mí, Buenos Aires es una basura.

Voy al psicólogo, me atiende atento y sorprendido. Hacía más de un año que había dejado de verlo sin previo aviso.

− Maruca, tiempo sin verla, desapareció sin ninguna explicación, pase...  pase.

Observo el lugar y todo está igual.

Los mismos cuadros.

Los mismos almohadones.

El mismo sillón, y el mismo repugnante desodorante de ambiente que pulveriza entre cliente y cliente.

Me siento.

Me mira.

− La escucho Maruca.

¡Dios mío! no sé por dónde empezar.

Me mira, lo miro y sé que tengo que seguir hablando.

Hago un silencio prolongado, comienzo tartamudeando.

−Estoy totalmente desorientada, hace un mes que llegué de vacaciones y todavía no me puedo sintonizar con Buenos Aires, todo me molesta, el ruido, las corridas, la locura de la gente, los gritos, las puteadas de un auto a otro, todo lo que antes me parecía normal ahora no lo soporto, estoy agobiada, es como si la ciudad se me cayera encima.

El psicólogo me mira.

Hago silencio y bajo la mirada.

Abro los ojos y leo los suyos, siga…

− Bueno, estoy barajando la posibilidad de volver a Cartagena, instalarme en un departamento chico, buscar trabajo y probar de vivir ahí por un tiempo.

− Maruca, nos conocemos hace muchos años y la he tratado por largos períodos, pero hoy no quiero ser su psicólogo, haga de cuenta que soy simplemente un amigo y como amigo le digo ¡Por favor Maruca!, ¿Usted cree que una mujer de cincuenta  años puede embarcarse en semejante aventura? ¿Usted no piensa que va a extrañar a su familia y amigas? Acá la ciudad se le cae encima y allá lo más posible es que usted se estrelle en esa lejanía.

Se calla.

Me mira.

Con un sollozo a punto de estallar y secándome las lágrimas con los pañuelos que tiene en el escritorio, balbuceé.

− ¡Es que me muero por volver!

Se calla.

Me mira.

− Además, acá no dejo ni marido, ni hijos, que serían los lazos más fuertes para...

Lloro…

−Maruca, realmente no sé cuál es el motivo de su visita, pues lo que siento y veo, ésta es una cuestión que usted ya la tiene totalmente decidida, o es que vino para que yo le diga: Maravilloso Maruca, ¡Váyase a Cartagena!, vaya, tal vez sea la última aventura de su vida, de todos modos esta noche cuando se acueste piense si no se está escapando de usted misma.

Salí del consultorio angustiada y llorando, las lágrimas no me dejaban ver y atropellé a más de un peatón.

¿Estaba enamorada de Cartagena o quería escaparme de mi misma?

Hablé por teléfono con Alicia para invitarla a almorzar, necesitaba que alguien me escuchara, iríamos a un restaurante vegetariano cerca del negocio, yo llegué primero y me senté a una mesa al lado de la ventana, la divisé a una cuadra de distancia y algo me llamó la atención en su forma de caminar, era como si rengueara, cuando se acercó le pregunté qué le pasaba, ¿Por qué esa dificultad para desplazarte?

Con cara compungida me contesto:

− Hace un tiempo que me duele la rodilla, pero estos últimos días han sido de terror, el médico me pidió una resonancia, se la llevaré el viernes aunque yo ya sé que tengo artrosis y no creo que tenga mejoría, solamente tomo antiinflamatorios.

− Pero Alicia  −le dije−  ¿Cómo puede ser? tenés sólo cuarenta y nueve años y ya con esto, yo consultaría a otro médico, la verdad me has dejado helada, ya le encontraremos una solución.

Cambiando de tema proseguí: quiero que seas la primera en conocer el proyecto que tengo, no vayas a creer que estoy loca. Me voy del país, vuelvo a Cartagena a vivir en la ciudad amurallada.

− ¿Qué decís? ¿A vos te falta un tornillo o estás para internarte en un loquero? ¿Y tu familia?

¿Y el negocio?

¿Y nosotras tus amigas?

Tu lugar es Buenos Aires, ¿Vas a dejar tu país para irte a la deriva a probar suerte en un lugar desconocido? ¡Estás loca! ¡Loca de remate!

Debés reflexionar Maruca, no tenés veinte años para semejante aventura. Me has dejado perpleja, estás muy loca, pisá la tierra y no sueñes como una adolescente, ¡hay mi Dios! Decí que estoy en un vegetariano porque si no me tomaría un vino para digerir semejante delirio, voy a hacer de cuenta que no me has dicho nada y volveremos a conversar cuando hayas recobrado la cordura.

Se me ha hecho tarde Maruca, me voy a comprar tul rosado, mostacillas y lentejuelas para hacerle a las nenas los vestiditos para la fiesta que organiza la academia de baile y a la vuelta paso por la pescadería, Roberto quiere comer salmón, hablemos en el transcurso de la semana y le avisamos a Inés para juntarnos, aunque no sé si ella podrá venir porque está pintando a mano una cortina de baño pues  le llegan visitas de Jujuy.

Hasta pronto querida y gracias por la invitación.

Tules.

Mostacillas.

Lentejuelas.

Salmón.

Cortina pintada a mano.

¿En qué idioma me habló? ¿En griego?

¡Qué vida de mierda que llevan éstas!, yo las amo, pero qué angustia me da el solo hecho de ir a comprar salmón para el rey que llega de trabajar y que aparte durmió la siesta con la secretaria.

Lo que piense Alicia de mi viaje, me tiene sin cuidado, además después de la conversación que mantuvieron en la playa, estoy segura de que ninguna de las dos son felices, despotricaron contra sus maridos como si toda la sal del océano se le hubiera introducido en el cuerpo. Yo tampoco soy feliz, pero al menos, tengo algunos momentos donde me relajo haciendo yoga y logro un estado de gris tranquilidad.

Mañana después de ducharme pasaré por la agencia de turismo de Felipe, mi gran amigo gay, seguramente disfrutará como yo de mi viaje, siempre está contento, se ríe con facilidad y su vida es regalar buena onda, es amable y agradable con todos los que lo rodean. Me armará el viaje que calculo con suerte será dentro de un mes. Tengo que dejar todas mis cosas en orden, pues no sé cuándo voy a volver. Hoy fui al banco y cancelé todos los cheques que tenía a fecha, por lo menos un trámite terminado. En el negocio, puse en marcha la confección de veinte pedidos atrasados, quería entregarlos cuanto antes y tuve la difícil tarea de comunicarle a todas las costureras que el negocio cerraba pues yo me mudaba al extranjero, eso me puso de muy mal humor, odio despedir gente y dejarla sin trabajo, pero me consuela que han sido terribles traidoras, cuando yo no estaba en el taller charlaban, tomaban mate, pasaban horas en el baño, hacían pasar a un amiguito al depósito y se acotaban sobre los rollos de tela , en fin,  no me tengo que hacer mala sangre y no me queda culpa alguna, mientras ellas perdían el tiempo, yo pagaba.

Hablé por teléfono a mis tíos y primos. Eso fue terrible, imposible describir las conversaciones, fueron muy largas y agresivas, de lo que recuerdo sintetizo:

¡Loca!

¡Irresponsable!

¡Desquiciada!

¡Desamorada!

Y el consabido:

¡Ya te vas a arrepentir! ¡Y cómo!

Por supuesto, no me desearon suerte ni me hicieron un ágape de despedida, las palabras me resbalaron y dejé abrazos y besitos para todos.

Hoy me levanté tristona. Mientras desayunaba hice un espionaje a mi corazón para detectar la falta de energía.

Mi descontento.

Mi no sé qué.

Con el correr de los minutos se prendió mi velita interior y localicé a Felipe, él me causaba esa desazón, se acercaba el día en que no lo vería más, eso me produjo una tremenda tristeza y lo llamé al celular.

− Sí mi amor, ya sé que es miércoles pero no quiero esperar hasta mañana para verte.

Con Felipe nos juntábamos todos los jueves a la noche, era el momento más esperado de la semana. Nos veíamos en un  barcito de Palermo y a no ser que estuviera ocupada, siempre a la misma mesa. Lo vi llegar apurado.

− Perdón Maruca, un cliente no me soltaba pero ¿Qué pasa? ¿Por qué hoy la cita y no mañana? Si es por lo del pasaje, ya está todo en marcha.

− No, tenía necesidad de verte, hablarte, no tenés idea de lo que te voy a extrañar.

−Pero linda, qué te pasa, estaremos en contacto vía e mail, la computadora va a estallar de tanto escribirte.

− Sí, pero ya jamás esta mesa con fernet de por medio.

Ni psicoanálisis con pizza.

Ni logoterapia con aceitunas.

Ni Osho con papas fritas.

Ni qué le pasa a este país con empanadas.

Se terminaron tus secretos y mis secretos, en esta mesa se queda parte de mi vida.

− Maruca, hoy estás trágica, yo también te voy a extrañar, muy bien sabés que yo tengo dos amores, Marcos y vos. Y aunque dentro de unos días no tengas mi presencia física pensarás en mí y yo pensaré en vos.

Mientras yo lloraba, apareció Marcos, Felipe me dio un largo abrazo y me besó la mano, luego se fueron. Me quedé sola a terminar ese fernet al que le goteaban lágrimas de ausencia, serían las únicas que derramaría antes de partir.

 


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