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Mostrando las entradas de junio, 2018

Al Trabajador

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Con sol, lluvia, viento y frio, Salen los saldados del arado, A ganarse el pan de cada día. Manos que son espinas, o suaves, Todos son terciopelo en un abrazo. Brillan sus ojos, cálidos, Con ansias se suben al andén del tren imaginario, Nunca reniega de sus salario, porque a veces Se convierten en magos Y hacen que les alcance hasta llegar a fin de mes. No hay resfríos para ellos, ni dolores en su espalda, Ni lamentos, ni lagrimas, si hay esperanzas Con sus tierras, que la cosecha sea buena, Que nos perdone la piedra, que hoy el sol nos bañe Con su saquito de pobre. Tener trabajo los eleva al estandarte más alto, Porque a ellos los dignifique el trabajo Y siguiendo el ejemplo de nuestros queridos padres, Así continúan, disfrutando cada día De ese sol que los acompaña Hasta que se pierde en la montaña. Surcos que riegan las cepas De uva dulce y cristalinas, Manos agrietadas y afanosas, Porque su sudor se confunde en esas grietas Que agradece su labor. De tod

Te espero

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Te propongo habitarnos el alma en el sitio absoluto de esta entrega. Abracemos este espacio, sin acordes de tristezas, evitando las memorias laceradas, sin rutinas que derrumben nuestros puertos. Hubo un vicio de remar sin horizontes. Hoy es hoy, este mar tiene otro cielo, otros cauces de soles y de inviernos. Te propongo desde el alma la ansiada libertad que da el amor; ese amor sin egoísmos y sin brechas. Procuremos caminar por las calles de piedra, respirar bajo un árbol antiguo, recorrer con el brío del viento el paisaje dormido en los sueños. Te espero de pie, en el rojo telón de la tarde. Autora: Norah Trigo Ilustración: "Lazo madre", de Maximiliano Andrada

La promesa

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Se levantó de la cama, sutilmente en sus labios se asomó una sonrisa y encendió la radio para escuchar música a todo volumen. Frente al espejo vio a una mujer que había comprendido que la vida era para ser feliz y disfrutarla, para amar y agradecer. Sus hijos ya se habían ido al colegio, no quisieron despertarla porque sabían que su madre estaba exhausta. Tomó entre sus manos una fotografía que le recordaba las últimas vacaciones que había tenido junto a su familia un par de años atrás. Sus dos niños, eran un poco más pequeños y sus caras la hicieron reír, su marido la abrazaba y ella se veía reluciente. Se sintió feliz por todo lo que había logrado junto a ellos, por lo que había dado y recibido. Con un poco de dificultad intentó bailar al compás de la música que se oía por toda la casa, pero un mareo la detuvo. Respiró profundo y se dijo: - Ya pasará, ya estaré mejor-. Nuevamente se miró al espejo, estaba mucho más delgada y la palidez de su rostro le recordó que se había

El instante preciso

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M ateo se acercó a la casa con el artefacto en el bolsillo. Por la ventana del frente observó a la pareja discutir como ocurría casi todas las tardes desde hacía un mes. Un largo mes de deliberaciones y debates, a veces subidos de tono. Pero, aunque lo que los tres iban a perder era inmenso como la vida, la decisión estaba tomada. Sin embargo, hoy la mujer lloraba. Eso era nuevo y Mateo vaciló. Evaluó la posibilidad de entrar por el fondo, para que no lo vieran, y encender la máquina en una de las habitaciones traseras. En cualquier sitio de la vivienda donde funcionara sería igual de efectiva. Decidió que no era necesario. La solución que llevaba en su bolsillo era la única posible, la única totalmente segura, y sus compañeros del laboratorio lo sabían. Tocó el timbre. Abrió la mujer. Aunque sus ojos, brillantes de lágrimas, miraron a Mateo con una mezcla de odio y resignación, se hizo a un lado para dejarlo pasar. Él entró sin decir nada y fue hasta el living comedor,